“La canción es el camino más importante para difundir la poesía a
grandes audiencias porque los libros se venden poco. La canción, en
cambio, es muy directa, muy inmediata, y llega a mucha gente”. La
definición de Eduardo Falú no puede ser más exacta. Y él no podría
haberla honrado tanto como lo hizo en sus 90 años. El músico salteño,
autor de algunas de las obras más bellas del último medio siglo del
folclore, murió ayer en su casa en Capital Federal. No será velado y lo
enterrarán hoy en el panteón de SADAIC del cementerio de la Chacarita.
Eduardo Yamil Falú nació el 7 de julio de 1923 en El Galpón (Salta), en
una familia siria acomodada. Su padre era dueño de un almacén de ramos
generales. La música era apenas uno de tantos entretenimientos en ese
mundo criollo, lleno de gente que sabía pialar, marcar y trabajar el
campo.
Algún día, un proveedor llevó una guitarra, que puso junto con los
alimentos, el kerosene y los artículos de primera necesidad. No le llamó
la atención. Al tiempo le picó la curiosidad, cuando escuchó el sonido
de un vecino del barrio. Aprendió primero como autodidacta o copiando a
su hermano, que sí tomaba clases.
A fines de los años ‘30, llegaron la mudanza a la ciudad de Salta y los
estudios. Desde mediados de los ‘40, vivió en Buenos Aires. Con el
tiempo surgieron las primeras actuaciones en la gran ciudad. Primero fue
Radio El Mundo y después algunas peñas de la calle Lavalle, de dueños
españoles.
Con los años, construiría uno de los cancioneros más notables del
folclore argentino, junto a Cesar Perdiguero, León Benarós, Carlos
Guastavino, Manuel J. Castilla y Hamlet Lima Quintana, entre muchos
otros. Además, compuso obras épicas como Romance de la Muerte de Juan
Lavalle, con Ernesto Sabato.
Pero la dupla imbatible, la que generó algunas de las más bellas zambas
argentinas, fue la que hizo con su gran amigo Jaime Dávalos. Salteños
los dos, bohemios y soñadores.
Vidala del nombrador, Vamos a la zafra, Zamba de un triste, Las
golondrinas, Tonada del viejo amor fueron algunas de las canciones que
hicieron en yunta. ¿Se escribirán en los próximos años versos tan dulces
como “No tengo miedo al invierno/Con tu recuerdo lleno de sol” ? O una
elegía al pago como La nostalgiosa. Esa dupla trajo la poesía más
elevada del folclore al canto popular. Esas canciones sonaban a otra
cosa, era algo distinto a lo que se venía escuchando en el folclore.
Jaime Dávalos recordó en un libro cómo nació La nostalgiosa en la
española Avenida de Mayo. “Nos sentamos en un bar, en la vereda, y nos
pedimos un jerez; un rayo de sol deslumbraba la copa mientras en un
papelito que me dio el mozo comencé a garabatear aquel sentimiento vago
de desgarramiento interior, de desposeído. La melancolía del
trasplantado, del hombre del interior que viene a Buenos Aires no porque
quiere sino porque sólo es la gran urbe. Siente que él es hijo del
país, que mama su energía vital y por nostalgia vive selectivamente ese
paisaje y esos hombres de su tierra, con la perspectiva crítica que da
la ausencia”, dijo Dávalos. Mientras tanto, Eduardo silbaba y caminaba
por esas calles junto a su entrañable amigo.
Mostró sus conocimientos de música clásica con sus Suites Argentinas,
con ritmos folclóricos y altos momentos como intérprete de la guitarra,
con dirección de Elías Khayat. Esa obra le valió el Konex de Platino en
1985. También tuvo un intenso trabajo como recopilador; uno de los
rescates más recordados fue La cuartelera, nacida en el siglo XIX en los
campos de batalla argentinos.
Con su voz de barítono y con su refinada guitarra –”me da su voz, la
templo con cariño y mi caricia la quiere despertar”, escribió–, Falú
alcanzó fama mundial. Tocó en escenarios variados de América, Europa,
Japón y Rusia, entre otros destinos lejanos. Y lo hizo con zambas,
carnavalitos, cuecas, bailecitos y melodías españolas, además de obras
académicas.
Padre de dos hijos, tío del consagrado guitarrista Juan Falú y finísimo
compositor, tenía la mirada clara, límpida, mezcla de criollo y sirio.
En una de las últimas entrevistas con Clarín, confesó que le gustaba
Pappo. “Tiene un lenguaje propio y muy creativo. Además, es un buen
chico: lo conozco porque suele venir a verme a SADAIC (entidad donde fue
vicepresidente). Pero no estoy ciento por ciento a favor de todo lo que
produce el rock. En estos tiempos de crisis, la música contribuye a
aliviar un poco la tensión y estimula el espíritu”, dijo. En aquella
charla, elogió a Soledad y Los Nocheros. Pero exigió la defensa de los
ritmos tradicionales. Y criticó a los que “confunden el arte con el
circo”.
En la foto de esa nota, aparece con la mirada lejana y un sombrero
negro, más propio de un tanguero que de un folclorista. Ahora, con su
pérdida, es fácil im
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